Hoy en día, las mujeres reinvierten hasta el 90 % de sus ingresos en sus hogares, dinero que se destina a adquisición de comida, atención médica, educación de sus hijos y a actividades generadoras de ingresos, que ayudan a romper el ciclo de la pobreza intergeneracional.
Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Rural, ahondamos en este tema tan trascendental y prometedor para el futuro de nuestro campo y, por supuesto, para el género femenino, que tanto lucha día a día por acabar con ese señalamiento erróneo de ser el sexo débil.
Debemos iniciar reconociendo que la mujer rural, quien cumple un papel supremamente importante en la sociedad agraria, permanece abandonada a su suerte por los estamentos oficiales y por ello recicla todos los conflictos del campo. Así que es necesario enfatizar en la razón de ser de nuestras mujeres campesinas y su relevancia en el desarrollo agropecuario, como protagonistas básicas del tejido social donde se desempeñan.
Desde la década de los años treinta se inició en Colombia la lucha por la igualdad de género. Sin embargo, solo a partir de la Constitución de 1991 se empezó a evidenciar la inclusión de la mujer rural en el ámbito nacional. En la actualidad sigue sin arraigarse, en su totalidad, la participación de la mujer en igualdad de condiciones, aún más en un escenario rural. Por esto resulta tan necesario fomentar y generar un cambio que visibilice a las mujeres en el campo colombiano.
Las mujeres rurales no solo constituyen una cuarta parte de la población, sino también representan un gran porcentaje de la mano de obra agrícola, fomentan el empoderamiento de las familias del campo y su desarrollo y si recibieran los recursos necesarios podrían impulsar en gran forma la erradicación de la pobreza en las zonas rurales. Estas mujeres, las mismas que no paran de sufrir, debido al abandono social, la crisis económica y alimentaria, el cambio climático, entre otros aspectos, están implorando por una política pública mas eficiente, que redefina esa brecha de desigualdad a la que permanentemente viven sometidas.
El problema radica en la falta de continuidad de iniciativas en el largo plazo, como el programa de Mujer Rural del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, uno de los pocos planes del gobierno para ¨contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres en el campo y la disminución de su situación de pobreza y vulnerabilidad…”.
Hacemos un llamado a las entidades estatales, a los gremios, a los productores (ganaderos y agricultores) y a la población en general, a reconocer y valorar la función de la mujer en el sector rural. Estas esposas, madres, muchas de ellas cabeza de familia, gritan para que se acabe con la indiferencia histórica que afecta su institucionalidad de género.
Mónica Hernández (en la foto), por ejemplo, es una de esas mujeres de campo, madre de cuatro hijos (dos niñas en escolaridad y acaba de tener mellizos), con su familia hacen parte de una empresa ganadera en el Magdalena Medio, que manejan un ordeño especializado de la raza guzerá.
Sus empleadores argumentan y reconocen que esa es la actividad (área) de la hacienda en la que trabaja que muestra mejores resultados en productividad y que, en mayor parte, se debe a la calidad del capital humano, pues el núcleo familiar liderado por esta mujer rural racionaliza y adapta los patrones de gasto, disciplina, eficacia, productividad a corto plazo e ingresos de manera sostenida. Además, proporciona una estabilidad a nivel personal (con su ejemplo) de los empleados, que fortifica el valor de la familia como la base para el desarrollo y progreso de la sociedad.
¡Así, señores empresarios del campo, ¡a contratar más mujeres!, ¡a definir bien e incrementar las oportunidades en cargos de liderazgo para ellas y aumentar la eficacia organizacional en sus negocios rurales!
Por: Ana Cristina Puerta Parra